30 de septiembre de 2017

Paseando por las Calas de Almería

Desde la playa de San Miguel hasta las minas de Rodalquilar


San Miguel de Cabo de Gata es la población más meridional del parque y la más cercana a la capital, de hecho esta barriada pertenece al término municipal de Almería. Con poco más de un millar de habitantes este pueblo se había dedicado tradicionalmente a la pesca, hoy en día compagina esta actividad con la agricultura intensiva en los invernaderos cercanos a la zona.



Esta población cuenta con un paseo marítimo paralelo a su larga playa donde podemos encontrar restaurantes donde degustar los productos típicos de la zona, bares o cafeterías donde en una tranquila terraza disfrutar de la vista tomando un refresco o algún cóctel y heladerías para refrescarnos. Debido a la tradición pesquera de la barriada este es un excelente lugar donde degustar pescado fresco de la zona cocinado a la manera tradicional. Cabe decir que aunque no tiene edificaciones altas, todas las construcciones son de dos plantas a lo sumo tres, el conjunto no tiene la uniformidad de casitas blancas que se ve en otros pueblos del parque como Rodalquilar, Agua Amarga o Las Negras, por citar tres ejemplos. No obstante es un sitio excelente para pasear, relajarse con un baño y comer. Los atardeceres desde su paseo son espectaculares.


En su playa podemos ver las barcas de los pescadores varadas en la arena, que por la noche salieron a faenar y que durante el día utilizan los bañistas para tender su toalla al cobijo de su sombra. Cercano al lugar se pueden visitar las Salinas de Cabo de Gata, el faro y su mirador, o el centro de interpretación de la naturaleza las Amoladeras.



Un cambio de rasante brutal, como de montaña rusa, conduce al mirador de la Amatista, tremendo despeñadero desde el que se dominan los 20 kilómetros de calas y promontorios que se suceden hasta la torre de la Vela Blanca, junto al cabo de Gata. Y una bajada fuerte y revirada, de segunda marcha, a la Isleta del Moro, la aldea de sabor más marinero de la comarca, con sus peñones gemelos llenos de gaviotas, sus barcas varadas en la orilla y su blanco caserío relumbrando sobre un fondo de palmeras. 


Más suavemente ya, la carretera se arrima a Los Escullos, donde el mar ha labrado un arco en la arena petrificada de una duna antediluviana, rodea por la derecha el cerro del Fraile –máxima altura del parque: 493 metros– y enhebra El Pozo de los Frailes, un pueblo de aire moruno que se acurruca alrededor de la noria de sangre con que antaño le arrancaban algunas lágrimas de agua a esta esquina reseca del mapa andaluz. 


Al final de la carretera, aparece San José, un lugar harto civilizado para estos desiertos, pero perfecto para tomarse una cañita con su tapa de jibia en salsa antes de continuar, ya por pista de tierra, hacia las famosas playas de los Genoveses, Barronal y Mónsul. Demasiado famosas y concurridas. No como la casi secreta cala de Enmedio. 


No dejéis de pedir una caña con tapa de migas con pescaito en el bar Mediterráneo de mi amigo Juan en San Jose - las mejores que he probado por ese precio.